Mar 31, 2020 IMPACTO INFORMATIVO Locales, Politica 0
Y no hablo de las medidas políticas que se están tomando, porque no me siento a la altura. De eso se ocupan las personas que saben, los científicos, los médicos y los que tienen las riendas de la situación en sus manos, quienes creo están haciendo todo lo posible y más.
Me refiero a los aires románticos y condescendientes con que todos hemos tomado semejante tragedia, mucho mayores a los necesarios para sobrellevarla. Porque pareciesen nulos de cualquier análisis y con intenciones de castigo de aquel que no participe de la adulación al claustro que viene a «hacernos ver el mundo con otros ojos».
Más palpable que nunca es hoy que con la frase «por algo ocurren las cosas», cualquier papanatas no solo puede explicar la teoría de la relatividad, sino menospreciar el análisis del propio Einstein.
Es un canalla quien necesite de muertes inocentes por miles o millones y el dolor de otros tantos para entender de amaneceres y atardeceres, o de qué se trata la vida.
Si alguien necesitaba de esta tragedia para comprender que si se aleja de los afectos se marchita, no debería hablar bien del coletazo de un virus, sino pésimo de quien expresa semejante cosa.
Sin embargo nos reímos, hacemos jueguitos con papeles higiénicos. Y está bien solo como recreo, pero no como maniobra elusiva constante que patee en el culo cualquier noción de la realidad.
No quiero que mi compañera o mis hijos, a quienes amo con el alma, estén a mi lado de manera extorsiva, solo porque no pueden pisar afuera. Es un asco eso. Los quiero conmigo libres, porque me eligen, porque me aman, no porque a la locura de los poderes mundiales se les ocurre exterminarnos como a moscas.
No resulta festejable.
Si es por reírnos de cualquier cosa para pasar mal tragos, como alguien cuenta chistes en un velorio, me anoto por algunos instantes. Pero no cuando se convierte en el bullying de quienes siempre ponen la espalda, llenos de hambre y dolor. No podemos reírnos, no sin culpa al menos, sabiendo que hay quienes no tienen la mínima posibilidad de evadirse de tanta angustia.
Dudo en sostener que esto traerá benevolencias esperanzadoras en el mundo cuando estamos ante un momento histórico del peor salvajismo que hizo que el planeta todo esté bajo siete llaves, dudando y maldiciendo del vecino más próximo. Huelo hipocresía y cinismo a la vuelta de la esquina. No quiero a médicos, barrenderos, policías, ni a nadie llorando desesperado, con mucho miedo, con lágrimas en los ojos, por algo que ninguna palmada en la espalda puede calmar. No debería ser así. Trastocaron las reglas de juego.
Todos deberíamos estar lamentándonos o alegrándonos por errores y virtudes propias, jamás sufriendo por la mentalidad asesina de quienes sin responsabilidad alguna echan a rodar un monstruo a las calles.
Y como premio aplaudimos, nos felicitamos, brindamos por poder hacerlo, contamos las muertes como números y no como vidas.
Entiendo que ya es tarde y que debemos pagar con encierro. Pero jamás voy a sentirme orgulloso por esto.
Y cuando todo pase, cuando nos levanten las barreras y nos presten un poco de libertad, deberíamos hacer palmas el universo todo, al unísono, pero para exigir justicia, para saber que ha pasado.
Para reclamar por tanto dolor y muerte.
Ojalá así sea.
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